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sábado, 6 de octubre de 2007

Capítulo Cuatro

Aclaro: esto es sólo un borrador todavía, hay muchas cosas que arreglar, no es definitivo.


“Samy cuando termines tu plato subí a buscar tu abrigo rápido así vamos a la peluquería, ¿de acuerdo?” Me dijo mamá mientras almorzabamos.

“De acuerdo.” Contesté.

Papá había salido temprano para el hotel donde se llevaría a cabo la fiesta para ayudar con la organización y preparar su discurso de agradecimiento.

Así que cuando terminé de comer, ayudé a levantar de la mesa y fui a buscar mi abrigo para salir, me sentí tentada en llevar un libro pero decidí conformarme con las revistas que allí habría.

La mayoría de la revistas, mejor dicho todas, hablaban de la visita de Armand Mercer al país junto a la actriz argentina del momento, Julieta Bassin. Sentí unos celos muy estúpidos de esa chica. Entonces realmente comprendí lo que significaba conocerlo, significaba tenerlo frente a frente, significaba hablarle; ¿qué iba a decirle? ¿Cómo debía comportarme?


Noté que estaba entrando en pánico y trate de calmarme antes de que la entusiasta peluquera se diera cuenta. Todavía tenía dos días para prepararme para ese momento, no había razón para preocuparse ahora.

Cuando llegamos a casa ya eran las 17:30, por lo tanto teníamos menos de una hora para cambiarnos y salir, ya que debíamos estar a las 19 en el hotel y antes pasar a buscar a Marina por su casa.

El vestido que había elegido para la noche era blanco, de corte trapecio, sobre mis rodillas y tenía pequeños detalles en negro. Mis zapatos eran también de ese color. Me miré en el espejo, el peinado que había decidido hacerme la peluquera consistía en dejarme le flequillo suelto y sujetar mi cabello en un alto rodete. Busqué entre los cajones del escritorio por un delineador, al encontrarlo procedí a remarcar bien el contorno de mis ojos. Me puse mi tapado blanco que, aparentemente, guardaba para ocasiones especiales, y bajé a encontrarme con mamá que ya estaba esperándome en el auto.

El recorrido hasta la casa de Marina era corto ya que vivía cerca nuestro, ni bien estacionamos en la entrada de su casa, ella ya estaba en la puerta junto a sus padres, después de saludos y otras cortesías se subió al auto.

Mamá encendió la radio y empezó a cantar al compás de la música que sonaba.

“Gracias de nuevo por invitarme, “me dijo Marina “necesitaba salir de esa casa.”

“De nada.” Le dije. “De hecho me alegro que hayas aceptado venir porque no creo que me habría resultado divertido de ir sola.”

Al llegar nos encontramos con papá que nos estaba esperando en la entrada del hotel y luego nos dirigimos al salón donde un señor de traje nos llevó a nuestra mesa.

El salón tenía un estilo a lo Luis XV, en un extremo había un escenario sobre una tarima que miraba a la pista de baile, y rodeando esta se encontraban la mesas redondas cubiertas con manteles blancos. En las paredes había carteles que mostraban el logo de la radio y el número 50 en letras doradas.

Nos sentamos en nuestra mesa mientras seguía entrando gente, en menos de quince minutos la sala se llenó y poco después el lugar quedó a oscuras y el escenario fue iluminado por luces blancas y amarillas.

Un hombre de más o menos sesenta años, canoso y que vestía un smoking parecido al de papá, se subió al escenario y fue recibido con aplausos de todos, yo incluida aunque no sabía quien era.

“Gracias, gracias.” Dijo por el micrófono mientras sonreía. “No saben como me complace ver tantas caras conocidas juntas en esta ocasión tan especial como lo es un aniversario, más si es de 50 años…” hizo una pausa mientras su cara se llenaba de nostalgia. “ Cuando mi padre fundó esta radio…”

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Antes de que se sirviera el plato principal había tocado una banda de música de salón, y si bien no es mi tipo de música, Marina y yo bailamos como locas.
Ya estábamos preparándonos para comer cuando el hombre canoso se acercó a nuestra mesa a saludar a papá.

“¡Ricardo, cuanto tiempo!” Le dijo a papá.

“¡Alberto!” Contestó papá, y ambos se abrazaron como buenos amigos.

Alberto nos saludó a todos con una sonrisa y pidió ausentarse un momento con mi padre.

Me concentré nuevamente en mi plato pero fui interrumpida por Marina que me golpeaba en el hombro izquierdo tratando de llamar mi atención, la miré y vi que me señalaba algo con su dedo índice, seguí su indicación y sentí que me quedaba sin aire. Mi padre y Alberto se encontraban hablando con dos hombre más, y uno de ellos era nada más y nada menos que Armand Mercer.

Los cuatro charlaban y reían como si se conocieran de toda la vida, se dirigieron hacia una mesa cercana y tomaron asiento, a mi padre lo tapada la espalda de Armand, que estaba sentado a la derecha de una chica de cabello castaño claro largo y brillante, él tenía su brazo izquierdo sobre el respaldo del asiento de la chica; sentí los estúpidos celos nuevamente.

Marina y yo lo mirábamos con cara de bobas, y en un momento se dio vuelta y miró hacia nuestra mesa, rápidamente me dediqué a seguir comiendo ignorando el hecho de haberle visto la cara, y le di un codazo a mi amiga para que hiciera lo mismo pero ésta parecía hipnotizada.

Cuando se dio vuelta estaba casi temblando.

“Se está acercando a esta mesa junto a tu papá.” Su voz sonaba nerviosa y un poco histérica.

Me volteé para ver y me di cuenta de que ambos estaban a pocos pasos de donde nos encontrábamos. Entré en pánico, no estaba preparada para esto, ¡¡¡se suponía que todavía tenía dos días más!!!

1 comentario:

Viccka dijo...

OOOOOH!!
Chanfles, chanfles!
Le provocara hiperventilacion a nuestra querida viajera?
Le pegara una cachetada a la novia del Mercer?
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